7.3.09

Canto a la Mujer

por Luis Alberto Lecuna


Qué sería del hombre, niño eterno,
molécula extraviada
en la inmensidad del vasto universo,
sin la presencia de lo más importante
desde la creación del mundo.
Es ese ser que le da sentido a nuestras vidas
que despierta nuestros sentimientos
más intensos y profundos,
que nos enciende el corazón
y hace estallar nuestra mente,
que logra que sintamos la emoción,
la maravilla de estar vivos,
y nos hace mejores, plenos, diferentes.
Porque convengamos sinceramente, hombres,
que sólo es la Mujer quien nos prodiga
con entrega total, y sin medida
todo un fundamento eudemónico,
absolutamnete puro y ostensible:
la insustituible maravilla del amor materno,
o el disfrute increíble del amor carnal,
o la pureza ingenua del amor platónico,
o la felicidad esperanzada del amor imposible.
Matriz vital de la especie humana
fuente de placer, fuente de vida,
del primer alimento, las primeras caricias
y los primeros besos de madre querida.
Eres también, Mujer, el rostro
del primer amor de adolescencia,
ése que nunca se olvida,
y el de cada amor imposible
que nos atormenta por su lejanía.
Eres esa tía y esa abuela que con su presencia
y su entrega cristalina, nos infunden respeto
y hacen tan gratas nuestras vidas.
Eres esa hermana compinche de aventuras
y secretos, y eres el amor prohibido
hecho de pasión y adrenalina,
que no tiene reglas ni mesura.
Eres el abrazo de una hija que nos
hace sentir tan amados, y eres la mujer
que nos hace maridos y transita
a nuestro lado buena parte del camino
con paciencia y tolerancia infinitas
aceptando nuestros aciertos y locuras.
Eres esa amiga incondicional
que serás siempre nuestra confidente
y quién sabe si para bien o para mal
sólo y exclusivamente, nuestra amiga.
Más, hago una salvedad, que es oportuna.
Madre, hija, hermana, amiga, esposa, nuera,
amante, abuela, tía, prima... siempre nos alegra
compartir la vida con ellas, menos con una:
En mi canto no hay lugar para la suegra.